La sexta película del realizador de “Monobloc” y “Caja negra” reincorpora en “Lulú” el ambiente explorado en “Dromómanos”, de 2012, acercando su cámara a la intimidad de un grupo de personajes marginales, desesperados y al borde del precipicio, desbaladizo a las leyes y anárquicos.
Lucas (Nahuel Pérez Biscayart) y Ludmila (Ailín Salas) son dos chicos enamorados que viven en la calle.
La pareja se mueve por la ciudad como si fueran piezas de dominó sobre un tablero, mientras Lucas de vez en cuando trabaja con su amigo camionero Hueso (el músico Daniel Melingo), recolectando el cebo de las carnicerías.
No obstante, en sus horas libres Lucas se la pasa cometiendo delitos menores, que incluye disparar balas de cebo con una pistola robada.
Mientras tanto, Ludmila , que está en una silla de ruedas tras recibir un balazo en la columna, tiene un hermanito al que va a buscar a la escuela y una familia a la cual no quiere ver.
Su relación es una constante de contradiciones, de amor y odio, de encuentros y desencuentros, hasta que Ludmila decide volver a su casa familiar.
Pero la verdadera pasión de Lucas está en el hecho de vagabundear por la ciudad, tomando decisiones espontáneas a casa paso, como robar en una farmacia, emborracharse con extraños en un bar o ser un clown en el subte.
El deambular de los personajes de “Lulú” emparentan esta película a la de los protagonistas de las primeras cintas de Jean-Luc Godard, como “Sin aliento” o “Asalto frustrado”, que reflejan un sentimiento de pertenencia a la propiedad pública, a cierto dominio libre de las calles y a esa intoxicación de la energía de la juventud que parece contaminar su travesía suburbana.










